La WT dice...

«No constituye una forma de persecución religiosa el que una persona diga y muestre que otra religión es falsa [tampoco] el que una persona informada [la] exponga públicamente como falsa... Ciertamente el desenmascararla públicamente es de más valor que exponer la falsedad de un despacho noticioso; es un servicio público más bien que persecución religiosa y tiene que ver con la vida y felicidad eterna del público. No obstante, deja al público libre para escogerLa Atalaya, 15 de mayo de 1964, pág. 304.

"¿Están SUS enseñanzas en completa armonía con la Palabra de Dios, o están basadas en las tradiciones de los hombres? SI SOMOS AMANTES DE LA VERDAD, NO HAY NADA QUE TEMER DE TAL EXAMEN" (La vedad que lleva a la vida eterna - 1968, pagina 13.)

lunes, 28 de mayo de 2018

Reflexionando sobre el libro “La Doctrina de la Deidad”

Hace apenas unas semanas compartía yo con Cristian Candia, un joven apologeta amigo mío, quien me habló sobre éste libro titulado La Doctrina de la Deidad, escrito por Jaime Restrepo1. Recuerdo claramente las palabras del amigo cuando me dijo que esta lectura de doscientas cincuenta y seis páginas me encantaría. De inmediato saqué un poco de tiempo para leerlo y ya apenas comenzando he encontrado algunos planteamientos que quiero compartir con lectores que estén dispuestos a reflexionar sobre la igualdad de Cristo con su Padre.

Sé que de la misma manera que existen “testigos” tercos que insisten en aferrarse a los errores que les enseña su organización –aun cuando eso signifique torcer las Escrituras arbitrariamente–, hay otros que están más dispuestos a aceptar la verdad de la Biblia sin importar cuán difícil pueda ser. Tenemos tres ejemplos claros de esto en las personas de Raymond Franz, ex miembro del cuerpo gobernante de los t J escritor de Crisis de Conciencia, William J. Schnell, autor de Esclavo por Treinta Años en la Torre del Vigía, y Cesar Vidal Manzanares, autor de varios libros entre los cuales está Recuerdos de un Testigo de Jehová, su testimonio de conversión a Cristo.
Estos tres autores (entre muchos otros) demuestran que se puede vivir fuera de y a pesar de jw punto org. Ellos encontraron más apoyo y amistades fuera de esta organización que cuando estaban dentro de ella. Más que nada encontraron el amor de Cristo y el gozo de la salvación que brinda el Espíritu Santo.

Ahora bien, el testimonio de Restrepo es confirmación de lo que hemos venido enseñando en este sitio. Les comparto una buena porción de eso. Primero, en la página 33, se nos habla de la correcta invocación que debe practicar todo llamado cristiano:

Nuevamente, ¿qué fue el acto moribundo del proto-mártir Esteban, sino la más verdadera adoración del Hijo de Dios? Comprenda esa escena, se lo pido, Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró con resolución al cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús a la diestra de Dios, y dijo: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hch. 7:56). Luego ellos dando grandes voces... apedrearon a Esteban mientras invocaba y decía, Señor Jesús, recibe mi espíritu (v.58-59). “Y puesto de rodillas clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió” (v.60). El Espíritu Santo, quien inspiró la devota confianza de David - “En tu mano encomiendo mi espíritu; tú me has redimido, oh Jehová, Dios de verdad” (Sal. 31:5) - y quien había dictado la declaración de Salomón - “... y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Ec. 12:7) - ahora, en la plenitud de Su gracia, incitó al mártir moribundo a orar no a Dios el Padre solo, ni al Padre por medio de Cristo, sino a orar a Cristo, adorándole con su último aliento como el mismo Dios y Dios eterno.

Una vez más, Pablo dirige su oración a Dios el Padre, y al Señor Jesucristo, sin consideración del orden de los nombres:

“Mas el mismo Dios y Padre nuestro, y nuestro Señor Jesucristo, dirija nuestro camino a vosotros” 1 Tes. 3:11.

“Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre ... conforte vuestros corazones” - 2 Tes. 2:16- 17.

Aquí está una súplica directa y expresa, de manera que no necesitamos maravillarnos de que el suyo fuera el nombre distintivo de los Cristianos creyentes — “... con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo...(1 Cor. 1:2).

El testimonio de aquí, y generalmente traducido “invocar”, es de lo más convincente, cuando es comparado con el uso de la Versión de los Setenta de la palabra; porque este es el término común para la invocación sagrada de Dios; tomemos un ejemplo de los muchos: “Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras” (Sal. 145:18). Este es empleado en el Nuevo Testamento para la oración a Dios el Padre: “Y si invocáis por Padre ...” (1 Ped. 1:17). Este describe tal adoración espiritual, que, si se ofreciera al Padre o al Hijo, la salvación está indisolublemente conectada con: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hch. 2:21). Y aún es, sin sombra de duda, aplicada a la invocación del Señor Jesús: “... todos los que invocan tu nombre”, “... a los que invocan este nombre ...” (Hch. 9:14,21), y, (por el contexto nos obliga a interpretar las siguientes palabras de Cristo), “... pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan ...” (Rom. 10:12-13).

Cuando con una mente imparcial usted lee: “... Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hch. 22:16), no cuestionara que la adoración Divina está determinada aquí. O cuando usted escucha el mandamiento práctico: “... sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Tim. 2:22), ningún recelo incomodará su mente, que por esto se quiere decir a los verdaderos adoradores espirituales. Recurramos a la descripción citada arriba de los santos, “... a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Cor. 1:2). ¿No es esto explícito? ¿No es esto adoración Divina? ¿No son estos adoradores espirituales? Usted debe admitirlo. Y TODOS LOS SANTOS EN TODO LUGAR de esta manera están adorando a Jesucristo. Considere esto, se lo pido.”

Inmediatamente, Restrepo pasa a tocar el tema de la exaltación de Cristo. Note cómo la idea de que Cristo es una mera criatura es despedazada en el siguiente argumento:

“Antes de continuar, examinemos la declaración de Pablo con respecto a su Señor crucificado —  “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y el dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:9-11). Considere esta verdad como usted desee, clarifíquela como pueda, espiritualice la hasta el máximo, si Jesús era solamente hombre, prefigure la exaltación universal de una criatura. La persuasión poderosa del nombre de una criatura, traerá a todos el ser inteligente a sus pies, desde el más sublime arcángel hasta el santo más débil; el nombre de una criatura envanecería el curso de la adoración celestial, y estremecería los labios del penitente arrepentido; y la supremacía de una criatura eclipsaría el cielo, y la tierra y el infierno. ¿Podría esto servir a la gloria de Dios el Padre? De ningún modo. Ese nombre, que es por encima de todo nombre, es el de Cristo, con enfática propiedad, “Dios, nuestro Salvador”.

En cuanto a la adoración, las siguientes palabras no pueden ser más claras. A Cristo se le adora como se adora a Dios y se le sirve como al mismo Padre celestial (Pág. 34):

“La revelación final de la Escritura confirma esta verdad, más allá de la contradicción. Es la adoración Divina del Padre, cuando Pedro, habiendo orado al Dios de toda gracia para que perfeccione, afirme, fortalezca y establezca a su pueblo, cierra su solemne oración con una doxología igualmente solemne, “...A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Ped. 5:10-11). Usted lo admite e invoca la “adoración al Dios infinito”. Solamente sea consecuente. Juan, en Patmos, clama: “... Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea la gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Ap. 1:5-6). Las palabras, tanto en Griego como en Español, son idénticas; la adoración es la misma; y los Seres adorados - el Dios de toda gracia, y el bendito Salvador - son Un Jehová indivisible.
Y cuando el velo es retirado en el templo celestial, le pregunto, ¿quién es la naturaleza de su adoración? ¡Que el Espíritu del Dios vivo, grave esta transparente evidencia en cada corazón desconfiado!
“Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro
seres vivientes y los veinticuatro ancianos se
postraron delante del Cordero; todos tenían arpas,
y copas de oro llenas de incienso, que son las
oraciones de los santos; y cantaban un nuevo
cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y
de abrir sus sellos; porque tu fuiste inmolado, y
con tu sangre nos has redimido para Dios, de
todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has
hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y
reinaremos sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de
muchos ángeles alrededor del trono, y de los
seres vivientes, y de los ancianos; y su número era
millones de millones, que decían a gran voz: El
Cordero que fue inmolado es digno de tomar el
poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la
honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado
que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de
la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en
ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el
trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la
gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los
cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro
ancianos se postraron sobre sus rostros
y adoraron al que vive por los siglos de los siglos”
- (Ap. 5:8-14).

El testimonio está protegido en cada lado. Usted tiene primero, a los redimidos adorando solamente al Cordero. Los millones de ángeles adoran igualmente al Cordero. Luego, todo el universo, en adoración similar, bendice a ambos, al Padre eterno y al Cordero. Y, finalmente, hay el expresivo eco de alabanza solo al Padre eterno. Usted no puede decir que esta no es la adoración sublime, porque una vez siquiera es ofrecida al Eterno solo. Usted no puede decir que es ofrecida al Padre solo, porque al fin el Cordero está unido con el Padre. Usted no puede decir que esta es ofrecida al Padre solamente a través del Hijo, porque dos veces es ofrecida sólo al Cordero que fue inmolado. Este es el homenaje más grande que el cielo puede ofrecer. Los espíritus de los justos hechos perfectos no tienen un tributo más grande para dar. Los ángeles de la luz no pueden ofrecer una atribución más exhaustiva de su devoción. Ninguna visión que usted pudiera haber concebido, ningún lenguaje que pudiera haber empleado, podría autorizar más claramente nuestro rendir a Cristo nuestra adoración más alta y más profunda, nuestra confianza crédula, y la alabanza eterna.

Es posible que una pregunta mas aceche en algún corazón, ¿por qué se habla aquí de que el Padre es el único que está en el trono, y por qué el Cordero siendo Dios no es representado “en el trono de Dios?” Las palabras del Salmista se presentan de nuevo: “Jehová estableció en los cielos su trono...” - “... se sentó Dios sobre su santo trono” - “... te has sentado en el trono juzgando con justicia” (Sal. 103:19; 47:8; 9:4). Estos pasajes tienen su propio peso. El poseedor del trono celestial es Dios mismo. El ocupante del trono es el Altísimo. Que sea así. Luego, el último capítulo de la Revelación Divina provee la última prueba de la una e igual supremacía del Padre y el Hijo, porque allí, repetido con solemne énfasis, encontramos dos veces el trono del Eterno descrito, como EL TRONO DE DIOS Y DEL CORDERO (Ap. 22:1,3).

He espaciado el tamaño de esta porción de mi argumento, porque este es, de sí mismo, suficiente para esclarecer la pregunta y descansar para siempre, cuando recordamos que Jesucristo mismo, reuniendo el testimonio de la Escritura, dice: “... escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mat. 4:10). Pero hemos visto que la adoración y servicio más alto en la tierra, y en el cielo, es rendido al Hijo. Por tanto, él es el Señor nuestro Dios.”

La pregunta que surge como tema obligado entonces es: ¿de quién somos siervos? Restrepo contesta esto de manera clara (Pág. 35):

“En cuanto a la comisión por virtud de la cual ellos actuaban, usted encuentra casi todas las combinaciones empleadas:

“Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo ...” (Tito 1:1).

“Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo” (Stg. 1:1).

“Pedro, apóstol de Jesucristo ...” (1 Ped. 1:1).

“Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo” (2 Ped. 1:1).

“Judas, siervo de Jesucristo ...” (Judas 1).

“Pablo, apóstol ... por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos ...” (Gál. 1:1).

¿Si Cristo fuera solamente hombre, esta intercambiable variedad, no confundiría toda distinción reverente entre el Creador y la criatura? Aunque aquí la diferencia entre el más encumbrado monarca y su más bajo súbdito se sumerge en la nada, ¿puede usted imaginarse a un plenipotenciario terrenal enviado, ahora nombrándose a sí mismo “siervo del emperador y un embajador del canciller”; ahora “siervo del emperador y del canciller;” ahora “embajador del canciller”; ahora “siervo y embajador del canciller”; ahora “siervo del canciller”; ahora “embajador (enviado) por el canciller y el emperador”? ¿Quién no pensaría que la supremacía imperial estaba grandemente comprometida por este lenguaje? Y sin embargo, allí la distinción a ser observada es solamente entre dos hombres de igual naturaleza, aunque de rango desigual. Pero ninguna distinción es trazada en esta comisión celestial: ¿No es entonces igual la autoridad original?

La designación a las iglesias a quienes se dirigió, está también perfectamente sin trabas:

“A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús...” (1 Cor. 1:2).
“... a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Efeso” (Efesios 1:1).
“... a la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo ...” (1 Tes. 1:1).
“... a la iglesia de los tesalonicenses en Dios nuestro Padre y en el Señor Jesucristo” (2 Tes.
1:1).

Es a estas dos últimas descripciones de la iglesia en Tesalónica que especialmente dirigiré su atención. ¿Fue entonces su estado espiritual igualmente indiscriminado consistente con el Padre y el Hijo? Entonces, para esa iglesia, el Padre y el Hijo eran igualmente la Roca de su salvación.

Y para completar la evidencia, la bendición implorada por el gran apóstol de los Gentiles es casi invariable en estas palabras: “Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (1 Tes. 1:2; Comp. 2 Tes. 1:1).

¿Por qué esta mutua derivación de la bendición del Padre y el Hijo? Ciertamente, porque igualmente en el Padre y el Hijo tenemos vida eterna.”

Las siguientes palabras hablan claro en cuanto a la formula trinitaria más conocida del Nuevo Testamento:

“Podría también aducir las oraciones, donde, sin hacer caso de la prioridad de nombres, las bendiciones son imploradas de Dios el Padre, y del mismo Señor Jesucristo, como coiguales en su poder para conceder la petición urgida.

Pero me apresuro a esa maravillosa bendición que ha descendido, como el benévolo rocío del cielo, sobre la iglesia de Cristo por 20 siglos - “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén” (2 Cor. 13:14).

Considere, se lo pido, en el bautismo y en esta fórmula de gracia, el significado por el cual contienden aquellos que insisten en la simple humanidad de Jesucristo. El primero, así expuesto por ellos, se desliza de esta manera:

“Bautizándolos en el nombre del Padre, y de un hombre exaltado, y de una cierta influencia del Padre”.
La segunda sería interpretada de esta manera:

“La gracia de una criatura, y el amor del Creador, y la comunión de la energía creativa sean con todos vosotros. Amén”.

Su razonamiento y conciencia de igual manera, rehusan creer que esta intrincada confusión entre Dios y el hombre, entre una persona y una abstracción, esté sancionada por la Escritura. Y luego, en 2 Cor. 13:14, ¿por qué este notable cambio del orden observado en Mat. 28:19, si no muestra que “en esta Trinidad, ninguno está antes o después del otro, ni es mayor o menor que el otro”?

Estos dos versículos, examinados y orados, me parecen suficientes para resolver la controversia para siempre.”

Finalmente, añadiré un punto más en esta reflexión como complemento a lo que Restrepo planteó sobre Apocalipsis 22:3:


Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán,  

και παν καταθεμα ουκ εσται ετι και ο θρονος του θεου και του αρνιου εν αυτη εσται και οι δουλοι αυτου λατρευσουσιν αυτω

Como notan, a los que sirven al trono de Dios y del Cordero se les denomina “douloi, de doulos - siervos”. Estos siervos le sirven (latreusousin – servicio). Por lo tanto, la función principal del siervo (doulos) es el servicio (latreusousin, de latría). Entonces, por deducción lógica, todos los así llamados siervos o esclavos (doulos) le rinden el mismo servicio a Cristo como lo demuestran los siguientes textos que ya fueron aclarados por Restrepo:

“Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo ...” (Tito 1:1).
“Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo” (Stg. 1:1).
“Pedro, apóstol de Jesucristo ...” (1 Ped. 1:1).
“Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo” (2 Ped. 1:1).
“Judas, siervo de Jesucristo ...” (Judas 1).

En Apocalipsis 22:3 se hace uso de una especie de metonimia2 donde se presenta a Dios y al Cordero utilizando la figura del trono para representar el hecho de que al servirle al trono se le sirve tanto al Padre como al Hijo.

No sería nada coherente decir que somos esclavos y adoradores tanto de Dios como de Cristo y sin embargo rendirle servicio solo al Padre dejando a Cristo atrás. Pero una lectura objetiva sin prejuicios y sin falta de lógica nos revela la gran verdad que se ha discutido aquí. Como ya hemos dicho, esto solo lo entienden correctamente los que están buscando la verdad sin inventar subterfugios para negar lo que ya es bastante evidente. Para ellos y solo para ellos es esta entrada.
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Para ir a la página donde se puede descargar el libro La Doctrina de la Deidad de Jaime Restrepo:


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Notas:

1 Todas las citas de la obra de Restrepo se han copiado exactamente como están en la fuente original incluyendo todo énfasis y mayúsculas.

2 Metonimia  - figura hermenéutica - Es el uso de una palabra por otra, la primera palabra sugiere a la segunda, por ejemplo usar un nombre de persona para hablar de su obra, la metonimia se funda en la “relación mas que en la semejanza”. En Lc. 16:29 Jesús dice al pueblo que “tenían a Moisés y los profetas, que los escucharan a ellos” pero la realidad histórica es que Moisés y los profetas ya estaban muertos, lo que el pueblo tenía eran los escritos de Moisés y los de los profetas. Alma por persona Sal. 103: 1; la lengua por lo hablado Pr. 25: 15; La piedras por lo que hacen con ellas Pr. 11: 1; Jer. 2: 27 (piedra por ídolo).




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