Hace apenas
unas semanas compartía yo con Cristian Candia, un joven apologeta amigo mío,
quien me habló sobre éste libro titulado La
Doctrina de la Deidad, escrito por Jaime Restrepo1. Recuerdo
claramente las palabras del amigo cuando me dijo que esta lectura de doscientas
cincuenta y seis páginas me encantaría. De inmediato saqué un poco de tiempo
para leerlo y ya apenas comenzando he encontrado algunos planteamientos que
quiero compartir con lectores que estén dispuestos a reflexionar sobre la
igualdad de Cristo con su Padre.
Sé que de la
misma manera que existen “testigos” tercos que insisten en aferrarse a los
errores que les enseña su organización –aun cuando eso signifique torcer las
Escrituras arbitrariamente–, hay otros que están más dispuestos a aceptar la
verdad de la Biblia sin importar cuán difícil pueda ser. Tenemos tres ejemplos
claros de esto en las personas de Raymond Franz, ex miembro del cuerpo
gobernante de los t J escritor de Crisis
de Conciencia, William J. Schnell, autor de Esclavo por Treinta Años en la Torre del Vigía, y Cesar Vidal
Manzanares, autor de varios libros entre los cuales está Recuerdos de un Testigo de Jehová, su testimonio de conversión a Cristo.
Estos tres
autores (entre muchos otros) demuestran que se puede vivir fuera de y a pesar
de jw punto org. Ellos encontraron más apoyo y amistades fuera de esta organización
que cuando estaban dentro de ella. Más que nada encontraron el amor de Cristo y
el gozo de la salvación que brinda el Espíritu Santo.
Ahora bien,
el testimonio de Restrepo es confirmación de lo que hemos venido enseñando en
este sitio. Les comparto una buena porción de eso. Primero, en la página 33, se
nos habla de la correcta invocación que debe practicar todo llamado cristiano:
“Nuevamente,
¿qué fue el acto moribundo del proto-mártir Esteban, sino la más verdadera
adoración del Hijo de Dios? Comprenda esa escena, se lo pido, Esteban, lleno
del Espíritu Santo, miró con resolución al cielo y vio la gloria de Dios, y a
Jesús a la diestra de Dios, y dijo: “He aquí, veo los cielos abiertos,
y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hch. 7:56).
Luego ellos dando grandes voces... apedrearon a Esteban mientras invocaba y
decía, Señor Jesús, recibe mi espíritu (v.58-59). “Y puesto de rodillas
clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado.
Y habiendo dicho esto, durmió” (v.60). El Espíritu Santo, quien
inspiró la devota confianza de David - “En tu mano encomiendo mi
espíritu; tú me has redimido, oh Jehová, Dios de verdad” (Sal.
31:5) - y quien había dictado la declaración de Salomón - “... y el
espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Ec. 12:7) - ahora, en la plenitud
de Su gracia, incitó al mártir moribundo a orar no a Dios el Padre solo, ni al
Padre por medio de Cristo, sino a orar a Cristo, adorándole con su último
aliento como el mismo Dios y Dios eterno.
Una vez más, Pablo dirige su oración a Dios el Padre,
y al Señor Jesucristo, sin consideración del orden de los nombres:
“Mas el mismo Dios y Padre nuestro, y
nuestro Señor Jesucristo, dirija nuestro camino a vosotros” –
1 Tes. 3:11.
“Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y
Dios nuestro Padre ... conforte vuestros corazones” -
2 Tes. 2:16- 17.
Aquí está una súplica directa y expresa, de manera que
no necesitamos maravillarnos de que el suyo fuera el nombre distintivo de los
Cristianos creyentes — “... con todos los que en cualquier lugar invocan
el nombre de nuestro Señor Jesucristo...” (1 Cor. 1:2).
El testimonio de aquí, y generalmente traducido “invocar”,
es de lo más convincente, cuando es comparado con el uso de la Versión de los
Setenta de la palabra; porque este es el término común para la invocación
sagrada de Dios; tomemos un ejemplo de los muchos: “Cercano está Jehová a
todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras” (Sal.
145:18). Este es empleado en el Nuevo Testamento para la oración a Dios el
Padre: “Y si invocáis por Padre ...” (1 Ped. 1:17). Este describe
tal adoración espiritual, que, si se ofreciera al Padre o al Hijo, la salvación
está indisolublemente conectada con: “Y todo aquel que invocare el nombre
del Señor, será salvo” (Hch. 2:21). Y aún es, sin sombra de duda,
aplicada a la invocación del Señor Jesús: “... todos los que invocan tu
nombre”, “... a los que invocan este nombre ...” (Hch. 9:14,21), y,
(por el contexto nos obliga a interpretar las siguientes palabras de Cristo), “...
pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le
invocan ...” (Rom. 10:12-13).
Cuando con una mente imparcial usted lee: “... Levántate
y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hch. 22:16), no
cuestionara que la adoración Divina está determinada aquí. O cuando usted
escucha el mandamiento práctico: “... sigue la justicia, la fe, el amor y la
paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Tim. 2:22), ningún
recelo incomodará su mente, que por esto se quiere decir a los
verdaderos adoradores espirituales. Recurramos a la descripción citada
arriba de los santos, “... a los santificados en Cristo Jesús, llamados
a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Cor. 1:2). ¿No es
esto explícito? ¿No es esto adoración Divina? ¿No son estos adoradores
espirituales? Usted debe admitirlo. Y TODOS LOS SANTOS EN TODO
LUGAR de esta manera están adorando a Jesucristo. Considere
esto, se lo pido.”
Inmediatamente,
Restrepo pasa a tocar el tema de la exaltación de Cristo. Note cómo la idea de
que Cristo es una mera criatura es despedazada en el siguiente argumento:
En cuanto a la adoración, las siguientes palabras no pueden
ser más claras. A Cristo se le adora como se adora a Dios y se le sirve como al
mismo Padre celestial (Pág. 34):
“La revelación final de la Escritura confirma esta verdad,
más allá de la contradicción. Es la adoración Divina del Padre, cuando Pedro,
habiendo orado al Dios de toda gracia para que perfeccione, afirme, fortalezca
y establezca a su pueblo, cierra su solemne oración con una doxología
igualmente solemne, “...A él sea la gloria y el imperio por
los siglos de los siglos. Amén” (1 Ped. 5:10-11). Usted
lo admite e invoca la “adoración al Dios infinito”. Solamente sea consecuente.
Juan, en Patmos, clama: “... Al que nos amó, y nos lavó de nuestros
pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su
Padre; a él sea la gloria e imperio por los siglos de los
siglos. Amén” (Ap. 1:5-6). Las palabras, tanto en Griego como en
Español, son idénticas; la adoración es la misma; y los Seres adorados - el
Dios de toda gracia, y el bendito Salvador - son Un Jehová indivisible.
Y cuando el velo es retirado en el templo celestial, le
pregunto, ¿quién es la naturaleza de su adoración? ¡Que el Espíritu del Dios
vivo, grave esta transparente evidencia en cada corazón desconfiado!
“Y
cuando hubo tomado el libro, los cuatro
seres
vivientes y los veinticuatro ancianos se
postraron
delante del Cordero; todos tenían arpas,
y
copas de oro llenas de incienso, que son las
oraciones
de los santos; y cantaban un nuevo
cántico,
diciendo: Digno eres de tomar el libro y
de
abrir sus sellos; porque tu fuiste inmolado, y
con
tu sangre nos has redimido para Dios, de
todo
linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has
hecho
para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y
reinaremos
sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de
muchos
ángeles alrededor del trono, y de los
seres
vivientes, y de los ancianos; y su número era
millones
de millones, que decían a gran voz: El
Cordero
que fue inmolado es digno de tomar el
poder,
las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la
honra,
la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado
que
está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de
la
tierra y en el mar, y a todas las cosas que en
ellos
hay, oí decir: Al que está sentado en el
trono,
y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la
gloria
y el poder, por los siglos de los siglos. Los
cuatro
seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro
ancianos
se postraron sobre sus rostros
y
adoraron al que vive por los siglos de los siglos”
-
(Ap. 5:8-14).
El testimonio está protegido en cada lado. Usted tiene
primero, a los redimidos adorando solamente al Cordero. Los millones de ángeles
adoran igualmente al Cordero. Luego, todo el universo, en adoración similar,
bendice a ambos, al Padre eterno y al Cordero. Y, finalmente, hay el expresivo
eco de alabanza solo al Padre eterno. Usted no puede decir que esta no es la
adoración sublime, porque una vez siquiera es ofrecida al Eterno solo. Usted no
puede decir que es ofrecida al Padre solo, porque al fin el Cordero está unido
con el Padre. Usted no puede decir que esta es ofrecida al Padre solamente a
través del Hijo, porque dos veces es ofrecida sólo al Cordero que fue inmolado.
Este es el homenaje más grande que el cielo puede ofrecer. Los espíritus de los
justos hechos perfectos no tienen un tributo más grande para dar. Los ángeles
de la luz no pueden ofrecer una atribución más exhaustiva de su devoción.
Ninguna visión que usted pudiera haber concebido, ningún lenguaje que pudiera
haber empleado, podría autorizar más claramente nuestro rendir a Cristo nuestra
adoración más alta y más profunda, nuestra confianza crédula, y la alabanza
eterna.
Es posible que una pregunta mas aceche en algún corazón,
¿por qué se habla aquí de que el Padre es el único que está en el trono,
y por qué el Cordero siendo Dios no es representado “en el trono de
Dios?” Las palabras del Salmista se presentan de nuevo: “Jehová
estableció en los cielos su trono...” - “... se sentó Dios sobre su
santo trono” - “... te has sentado en el trono juzgando con justicia”
(Sal. 103:19; 47:8; 9:4). Estos pasajes tienen su propio peso. El poseedor
del trono celestial es Dios mismo. El ocupante del trono es el Altísimo. Que
sea así. Luego, el último capítulo de la Revelación Divina provee la última
prueba de la una e igual supremacía del Padre y el Hijo, porque allí, repetido con
solemne énfasis, encontramos dos veces el trono del Eterno descrito, como EL
TRONO DE DIOS Y DEL CORDERO (Ap. 22:1,3).
He espaciado el tamaño de esta porción de mi argumento,
porque este es, de sí mismo, suficiente para esclarecer la pregunta y descansar
para siempre, cuando recordamos que Jesucristo mismo, reuniendo el testimonio
de la Escritura, dice: “... escrito está: Al Señor tu Dios adorarás,
y a él sólo servirás” (Mat. 4:10). Pero hemos visto que la adoración
y servicio más alto en la tierra, y en el cielo, es rendido al Hijo. Por tanto,
él es el Señor nuestro Dios.”
La pregunta que surge como tema obligado entonces es: ¿de
quién somos siervos? Restrepo contesta esto de manera clara (Pág. 35):
“En cuanto a la comisión por virtud de la cual ellos actuaban,
usted encuentra casi todas las combinaciones empleadas:
“Pablo, siervo de Dios y apóstol de
Jesucristo ...” (Tito 1:1).
“Santiago, siervo de Dios y del Señor
Jesucristo” (Stg. 1:1).
“Pedro, apóstol de Jesucristo ...” (1
Ped. 1:1).
“Simón Pedro, siervo y apóstol de
Jesucristo” (2 Ped. 1:1).
“Judas, siervo de Jesucristo ...” (Judas
1).
“Pablo, apóstol ... por Jesucristo y por
Dios el Padre que lo resucitó de los muertos ...” (Gál.
1:1).
¿Si Cristo fuera solamente hombre, esta intercambiable
variedad, no confundiría toda distinción reverente entre el Creador y la
criatura? Aunque aquí la diferencia entre el más encumbrado monarca y su más
bajo súbdito se sumerge en la nada, ¿puede usted imaginarse a un
plenipotenciario terrenal enviado, ahora nombrándose a sí mismo “siervo del
emperador y un embajador del canciller”; ahora “siervo del emperador y del
canciller;” ahora “embajador del canciller”; ahora “siervo y embajador del
canciller”; ahora “siervo del canciller”; ahora “embajador (enviado) por el
canciller y el emperador”? ¿Quién no pensaría que la supremacía imperial estaba
grandemente comprometida por este lenguaje? Y sin embargo, allí la distinción a
ser observada es solamente entre dos hombres de igual naturaleza, aunque de rango
desigual. Pero ninguna distinción es trazada en esta comisión celestial: ¿No es
entonces igual la autoridad original?
La designación a las iglesias a quienes se dirigió, está
también perfectamente sin trabas:
“A la iglesia de Dios que está en Corinto,
a los santificados en Cristo Jesús...” (1 Cor. 1:2).
“... a los santos y fieles en Cristo Jesús
que están en Efeso” (Efesios 1:1).
“... a la iglesia de los tesalonicenses en
Dios Padre y en el Señor Jesucristo ...” (1 Tes. 1:1).
“... a la iglesia de los tesalonicenses en
Dios nuestro Padre y en el Señor Jesucristo” (2 Tes.
1:1).
Es a estas dos últimas descripciones de la iglesia en
Tesalónica que especialmente dirigiré su atención. ¿Fue entonces su estado
espiritual igualmente indiscriminado consistente con el Padre y el Hijo? Entonces,
para esa iglesia, el Padre y el Hijo eran igualmente la Roca de su salvación.
Y para completar la evidencia, la bendición implorada por
el gran apóstol de los Gentiles es casi invariable en estas palabras: “Gracia
y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”
(1 Tes. 1:2; Comp. 2 Tes. 1:1).
¿Por qué esta mutua derivación de la bendición del
Padre y el Hijo? Ciertamente, porque igualmente en el Padre y el Hijo tenemos
vida eterna.”
Las siguientes palabras hablan claro en cuanto a la formula
trinitaria más conocida del Nuevo Testamento:
“Podría también aducir las oraciones, donde, sin hacer
caso de la prioridad de nombres, las bendiciones son imploradas de Dios el
Padre, y del mismo Señor Jesucristo, como coiguales en su poder para conceder
la petición urgida.
Pero me apresuro a esa maravillosa bendición que ha
descendido, como el benévolo rocío del cielo, sobre la iglesia de Cristo por 20
siglos - “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén” (2 Cor.
13:14).
Considere, se lo pido, en el bautismo y en esta fórmula
de gracia, el significado por el cual contienden aquellos que insisten en la simple
humanidad de Jesucristo. El primero, así expuesto por ellos, se desliza de esta
manera:
“Bautizándolos en el nombre del Padre, y de un hombre
exaltado, y de una cierta influencia del Padre”.
La segunda sería interpretada de esta manera:
“La gracia de una criatura, y el amor del Creador, y
la comunión de la energía creativa sean con todos vosotros. Amén”.
Su razonamiento y conciencia de igual manera, rehusan
creer que esta intrincada confusión entre Dios y el hombre, entre una persona y
una abstracción, esté sancionada por la Escritura. Y luego, en 2 Cor. 13:14,
¿por qué este notable cambio del orden observado en Mat. 28:19, si no muestra
que “en esta Trinidad, ninguno está antes o después del otro, ni es mayor o
menor que el otro”?
Estos dos versículos, examinados y orados, me parecen
suficientes para resolver la controversia para siempre.”
Finalmente, añadiré un punto más en esta reflexión como
complemento a lo que Restrepo planteó sobre Apocalipsis 22:3:
Y
no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán,
και
παν καταθεμα ουκ εσται ετι και ο θρονος του θεου και του αρνιου εν αυτη εσται
και οι δουλοι αυτου λατρευσουσιν
αυτω
Como notan, a los que sirven al trono de Dios y del Cordero
se les denomina “douloi, de doulos - siervos”. Estos siervos le sirven
(latreusousin – servicio). Por lo tanto, la función principal del siervo
(doulos) es el servicio (latreusousin, de latría). Entonces, por deducción lógica,
todos los así llamados siervos o esclavos (doulos) le rinden el mismo servicio
a Cristo como lo demuestran los siguientes textos que ya fueron aclarados por
Restrepo:
“Pablo,
siervo de Dios y apóstol de Jesucristo ...” (Tito 1:1).
“Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo” (Stg.
1:1).
“Pedro,
apóstol de Jesucristo ...” (1 Ped. 1:1).
“Simón
Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo” (2 Ped. 1:1).
“Judas,
siervo de Jesucristo ...” (Judas 1).
En Apocalipsis 22:3 se hace uso de una especie de metonimia2
donde se presenta a Dios y al Cordero utilizando la figura del trono para
representar el hecho de que al servirle al trono se le sirve tanto al Padre
como al Hijo.
No sería nada coherente decir que somos esclavos y
adoradores tanto de Dios como de Cristo y sin embargo rendirle servicio solo al
Padre dejando a Cristo atrás. Pero una lectura objetiva sin prejuicios y sin
falta de lógica nos revela la gran verdad que se ha discutido aquí. Como ya
hemos dicho, esto solo lo entienden correctamente los que están buscando la
verdad sin inventar subterfugios para negar lo que ya es bastante evidente.
Para ellos y solo para ellos es esta entrada.
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Para ir a la página donde se puede descargar el libro La Doctrina de la Deidad de Jaime
Restrepo:
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Notas:
1 Todas las citas
de la obra de Restrepo se han copiado exactamente como están en la fuente
original incluyendo todo énfasis y mayúsculas.
2 Metonimia - figura hermenéutica - Es el uso de una
palabra por otra, la primera palabra sugiere a la segunda, por ejemplo usar un
nombre de persona para hablar de su obra, la metonimia se funda en la “relación
mas que en la semejanza”. En Lc. 16:29 Jesús dice al pueblo que “tenían a Moisés
y los profetas, que los escucharan a ellos” pero la realidad histórica es que Moisés
y los profetas ya estaban muertos, lo que el pueblo tenía eran los escritos de Moisés
y los de los profetas. Alma por persona Sal. 103: 1; la lengua por lo hablado Pr.
25: 15; La piedras por lo que hacen con ellas Pr. 11: 1; Jer. 2: 27 (piedra por
ídolo).